Hic et nunc


…las paredes

invisibles, las máscaras podridas

que dividen al hombre de los hombres,

al hombre de sí mismo,

se derrumban

por un instante inmenso y vislumbramos

nuestra unidad perdida, el desamparo

que es ser hombres, la gloria que es ser hombres

y compartir el pan, el sol, la muerte,

el olvidado asombro de estar vivos.

Octavio Paz, Piedra de sol


Alaska o la franca instauración del cuerpo humano como esqueleto del espacio. Ahí, donde se encuentra la carne, se localiza el alma. El tema de la obra, de haberlo, resulta ser la noción del mundo como consecuencia de la corporalidad: me hago cuerpo, luego pienso, luego pongo en duda la existencia. “Estoy desesperado”, claman los trazos de un cartel que lleva al cuello Pablo Lugones, al dar inicio la experiencia; él se encuentra sentado, carente de aspavientos gestuales, mirando para sí, dentro de sí; a su lado, Leticia Mazur y Alejada Ferreyra, intermitentemente, estallan en fricciones, en sacudimientos, mientras que Lucas Condró, a nivel de piso, rueda. Declaración de la semilla semántica del lance: dos mujeres, dos hombres, mostrándose. No hay más, ni tiene porqué haber más.

Alaska o la danza en el filo del agua. Propuesta desafiante de dogmas, de marcos genéricos, de taxonomías analíticas o históricas, situada culturalmente en una oferta de cinco o diez composiciones más que declaran lo mismo en su no moverse, en su moverse mal, en su moverse según diga el momento, en su moverse a pesar de lo que diga el momento, en su moverse durante noventa minutos, en su moverse con el cuerpo, con la voz, con el video, con la música, la luz, el aparato circense y los adminículos del clown. Y, sin embargo, a contrapelo del avant-garde rioplatense, dado al cultivo de lo snob, la propuesta en cuestión se sostiene, se legitima en el discurso de su inventiva específica y avanza hacia el sentido que ella misma genera sin cesar: danza para ser, movimiento impregnado de significación en que el actuante (dígase performer, hacedor) debe ser en todos sus sentidos. Fuera personaje, fuera ficción, fuera representación: la convención, en todo caso, radica en mostrarse y exponerse del todo a la mirada de los testigos, que habrán de reinventar el ir y venir de la presencia. Danza para estar, aquí y ahora.

Alaska o la espesura del proceso. Horas, días, semanas, meses, para decantar lo que en tiempo escénico podrían llegar a ser seis o dos minutos. Juego a imaginarlo: hacer y hacer…, los intérpretes bordan sobre impulsos bien determinados, en tanto Szeinblum observa; los intérpretes varían su acción y Szeinblum varía sus perspectivas de observación; no hay cambios radicales; hay días en blanco, sentimiento de no haber encontrado nada, nada sirve; esporádicamente aparece algo, siempre poco; se aprende la de la noción menos es más; esporádicamente, cuando nadie lo espera … Creación de lentitud, creación a fuego lento; la poética que hace el grupo y que hace al grupo muestra su piel hecha de innúmeros hojaldres de cuidado en la observación. El objetivo es que Condró, Ferreyra, Lugones y Mazur sean y se den, se ofrezcan siendo, pero el cumplimiento de este punto demanda intensa precisión y vehemencia total. Habrá contradicciones – de hecho, todo parece estar fincado en un amasijo de contradicciones, partiendo desde el marco musical -, pero no medias tintas: el tejido de actos tiene como guía semántica la realización de sus procedimientos en la exactitud, lo que conquista gracias al respaldo de su vasto proceso. ¿El resultado? Los performers brindan la vida sin morir.

Alaska o la fructificación imaginaria de los igualmente imaginarios cruces de Szeinblum y compañía con las resonancias magnéticas de Bausch, Waltz, Vandekeybus, Murakami y Heiner Müller. Pertenencia, talante reconocible y no condicionante. La genealogía evidente de la forma (continente es contenido, hasta que la semiótica peirciana nos separe y la barthesiana nos vuelva a congregar) se hace presente para mejor validar la originalidad de la inventiva: todo arte es un trabajo de invención original dentro de líneas de tradición estética específicas, y su horizonte de trascendencia, por tanto, radica en los acuerdos culturales que lo creado pueda sostener con la memoria que lo impregna y con la coherencia que lo hace, lo inaugura, y le abre camino hacia el contacto con la percepción de sus testigos, donde completará su autonomía.

Alaska o la mujer como ente solitario. Alaska o el hombre como ente solitario. Inminencia de la desolación, soledad a tres y cuatro cuerpos: el otro existe para confirmar la imposibilidad de mirarme y el milagro de reconocerme sólo en él, en ella; solo en él, en ella. Alaska o el hombre como medida de toda soledad. Esté con quien esté, esté donde esté, soy siempre solo. Con este concepto como prisma, cada evolución corporal, cada liberación del deseo, todo verbo reconocible como gesto (besar, violentar, sacudir, golpear, golpearse), suman imaginarios al caudal de la urgencia básica del cuerpo-persona: dotar de sentido a la existencia.

Alaska o la música como cable a tierra: molestia, impertinencia, certificado de autenticidad. Mariano Malamud ejecuta sonoridades con la viola y Juan Tobal lo hace por medio de un ordenador y circuitos electrónicos. Ambos participan al lado de la escena, generando texturas no melódicas, texturas asimétricas y, en breves pasajes, intensamente líricas, en un cuadro que es lugar común desde el folclore y que la naturaleza de la creación apuntala como “despertador” que alerta a los testigos del objetivo poético a lograr: estar seguros de que lo que vemos es real y está ocurriendo.

Alaska o el prodigio de vivir, o la miseria de vivir, o la aceptación - ¿por qué dolorosa? ¿de dónde dolorosa? – de estar viviendo sin pausa, sin demora. Esto existía en el Origen, lo llamaban catharsis, una técnica ancestral para corroborar que, en efecto, los dioses son del todo semejantes a los hombres: de ahí la Gloria, de ahí la Tempestad. (Gustavo Emilio Rosales)


Alaska. Sábados a las 23:00 horas. Espacio Callejón, Humahuaca 3759, Almagro.